II DOMINGO PASCUA, C: CREER NO ES SOLO VER… ES VIVIR Y CONVENCERSE QUE EL AMOR DE JESÚS VENCE LA MUERTE, EL ODIO…

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En este segundo domingo de Pascua- Domingo de la Misericordia-  la liturgia de la palabra nos acerca a la realidad de Jesús resucitado que se aparece a los suyos reunidos en comunidad. Jesús elige mostrarse a sus discípulos. Es signo de que él no los ha abandonado a su suerte. Más bien, viene a fortalecer su fe en el Dios de la vida. Esta fe que es confianza absoluta que no requiere prueba alguna porque es una experiencia de vida. El que cree lo hace porque confía y no tan sólo por haber visto cosas o signos. Porque: “la fe que es la garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven” (Hebreos11,1).

La lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hch5, 12-16) nos entrega el testimonio de fe de los apóstoles y los signos milagrosos que ellos realizan en la primera comunidad cristiana. Ésta se caracteriza por la fraternidad: todos los creyentes vivían unánimes, en oraciones, y se ayudaban mutuamente, sanaban a los enfermos por la fuerza de su fe en Dios… Los apóstoles creyeron en Cristo. En su nombre liberan a los enfermos de sus males.  Y gracias a su testimonio mucha gente adhirió al Señor. La fe llevada a la vida con convicción atrae y puede realizar milagros. El ejemplo de la primera comunidad cristiana nos invita a acrecentar nuestra fe y a vivirla de verdad. ¿Qué más podemos hacer para que nuestra fe marque la vida y (se) contagie generosamente a los demás?

En la lectura de la Apocalipsis (1, 9-19), san Juan nos revela, en visiones, su experiencia de fe y de encuentro con la victoria del amor sobre el mal.  Estando en exilio en Patmos, anuncia la Palabra de Dios.  Proclama que más allá de las persecuciones hay que creer en la victoria del bien sobre el mal.  En esta lectura, san Juan presenta al Mesías, Hijo del hombre, como el vencedor de la muerte: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del Hades(=abismo)” (Ap.1, 18).    He allí una razón de más para creer.

En la misma línea del llamado a profundizar en nuestra fe, el evangelista san Juan (20, 19-31), entrega un mensaje desde la experiencia de los discípulos, que pasan del miedo a la confianza en el Señor que está vivo, y que se les aparece deseándoles la paz (Jn 20, 21). A sus discípulos, Jesús les saluda deseándoles la paz. ¿Cuántas veces hemos deseado la paz a los demás, sobre todo a aquellos que no nos caen tan bien?

A la vez los envía a anunciar la Buena noticia. Los envía a salir de sí para ser también -como Él- buena noticia.  Encerrados entre cuatro paredes, los discípulos de Jesús se escondían por miedo a lo peor que podía venir de los verdugos de su Maestro.  El, les comunica su Espíritu: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados;” (Jn 20, 22ss) La alegría brotó del corazón de los discípulos que se sintieron reconfortados por la presencia del Resucitado en medio de ellos. Tomás, se la perdió por no estar con su comunidad de hermanos en Cristo.  Tomás necesitará ver al maestro para creer en Él y Jesús le reprocha su incredulidad. Jesús elogia los que creen sin haber visto. La fe nace y se fortalece en y con la comunidad. ¿Qué nos falta para que nuestra experiencia de fe marque positivamente nuestra vida, trabajo, estudios? ¿Qué me falta para que mi fe transforme las realidades tristes e inhumanas de este mundo de hoy, en mi entorno?

¡Que nuestra fe sea una fuerza que fortalece la caridad fraterna! Tenemos la tarea de marcar nuestra vida con las convicciones de fe hasta llegar a cultivar cada día un estilo de vida solidaria, comprometida con el prójimo. ¡Que la Virgen María quien supo llevar su fe a la vida, interceda por nosotros para que vivamos nuestra fe en cada circunstancia de la vida!  

P. Bolivar PALUKU LUKENZANO, aa.

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